Quizá la adquisición de un patrón de conducta sexual temprana y/o sexualización de conductas no sexuales lleva a un sujeto a no poder adquirir diques inhibitorios, entre otras cuestiones, como por ejemplo el haber sintetizado el sexo y la violencia durante el tránsito adolescente, ambas cuestiones fundamentales a resolver en esta etapa a fin de establecer relaciones adultas con el sexo opuesto y resignificar la sexualidad. Estos antecedentes pueden constituir un modelo de relación con los demás, aun si el contacto social no presenta en principio un alcance negativo, mostrando una apariencia estándar de “sujeto respetable” y adaptado socialmente, sorprendiendo a todos al momento de revelarse la identidad de un agresor que nunca aparentó, ni dio lugar a sospechas de tener tales apetencias, corriéndosele así lo que Hervey Cleckley llamó “la máscara de la cordura”. El rol de la víctima para el victimario es la de sujeto, objeto o medio para conseguir algo, en este caso una satisfacción emocional. Para comprender esto, es necesario depurar las conductas correspondientes al modus operandi o método para la ejecución del delito de aquellas conductas que, desprendidas de la interacción víctima-victimario, sólo son necesarias para cumplir la fantasía del agresor, y que, por el principio de intercambio de Lockard, deja como impronta en la escena, el cuerpo o la psique de su víctima. La prolijidad en el modus operandi es más efectiva en aquellos delincuentes que los perfiladores consideramos organizados, vale decir aquellos cuya conducta desviada provendría de una base psicopática y no de una base psicótica o trastorno emocional grave. El ejemplo de un agresor que ingresa a una vivienda y en ella encuentra a una mujer sola, ama de casa y le ordena que llame a su marido al trabajo y lo haga venir a la casa con urgencia. El marido, preocupado, regresa a su vivienda, se encuentra con el delincuente que procede a atar al hombre de pies y manos boca abajo sobre el suelo del living, coloca una taza con agua hirviendo sobre su espalda y le comunica que va a violar a su mujer en la habitación contigua, le indica que no se mueva, que no grite pues él vendrá a controlar si se han derramado gotas de agua sobre su espalda y, de encontrarlas, los matará, luego materializa la amenaza mostrándole un arma de fuego que llevó consigo.
Procede a acceder a la mujer en la habitación una sola vez y luego se retira de la escena. Notamos que el modus operandi ha sido organizado, pues refleja un seguimiento previo de estudio del estilo de vida y horario de las víctimas, un método de control con ataduras y uno de amenaza con un arma, pero la víctima real a quien el delincuente necesitó humillar no es la mujer, es el hombre, a él fue a demostrarle su poderío, a esto nos referimos cuando hablamos de huellas psicológicas y más aún de motivación principal que, en este caso, no es sexual sino más bien la accedida ha sido un medio para humillar al marido, probablemente causado por la envidia. Otra de las conductas que sostienen este aspecto general de la firma, es decir la necesidad de afirmación de poder, es la taza con agua hirviendo a modo de ritual característico del agresor, que fue repitiendo con cada una de sus víctimas durante el tiempo que permaneció activo. El dejar a los maridos en paños menores no tuvo una connotación sexual, sino más bien de modus operandi, ya que esto le aseguró una huida rápida y efectiva sin ser perseguido. Caso diferente es cuando el agresor es violento y ata, retiene, insulta o lesiona a su víctima, éstas son conductas que, si bien algunas como el atar o retener están orientadas al control y son necesarias para cometer el delito, el insulto y la lesión vienen a demostrar que, para el delincuente, la víctima cumple el rol de objeto, revelando una motivación sádica o en algunos casos, para reafirmar el poder, quizás esté presente también una de las variantes, conocida como la ira por venganza, que a veces es desplazada hacia una víctima desconocida. El insulto o la lesión son innecesarios para cometer el delito, pero pasan a ser el leitmotiv para el agresor, vale decir que sin ello la agresión no tiene sentido para él, ya que ésta es la satisfacción emocional que necesita obtener.
El dualismo psique-soma no es producto de un pensamiento racional, sino que tiene un significado emocional, para muchas personas implica una suerte de lucha entre lo que sienten ser y perciben que su cuerpo refleja de ellos mismos y no les gusta, esto se observa en casos de variantes de automutilación del síndrome de Münchhausen, bulimia o anorexia nerviosa, donde las lesiones autoprovocadas reflejan esta distorsión y no siempre rodean un borde. En el caso de agresores sexuales sádicos que mutilan a sus víctimas, hay una disociación entre “un otro” y el cuerpo que lo representa, tiene que ver con una proyección de lo que su cuerpo es para ellos mismos, y se refleja en el modo que el cuerpo de la víctima es maltratado, proyectando así cómo debería estar maltratado su propio cuerpo. No es raro encontrar mordeduras en la víctima cuando los violadores sádicos o por ira se dejan llevar por el frenesí del momento; tampoco son extraños los actos de piquerismo que marcan zonas simbólicas del territorio corporal llegando al homicidio o a secuelas clínicas de gravedad. Si bien en ocasiones la motivación es sexual e incluso violenta, no siempre tiene el color del sadismo. Hace un par de años, escuché en las noticias el caso de un agresor sexual que seducía a sus víctimas por chat durante un tiempo aproximado de dos meses, luego se encontraba con ellas, les invitaba un café, allí procedía a doparlas haciendo una variante “soft” de anestesia previa de Brouardelle y las llevaba a un hotel alojamiento donde mordía sus genitales hasta sangrarlos, y se retiraba de la escena. Al volver en sí, las víctimas no recordaban el episodio, no experimentaron dolor al momento de cometerse del delito, sino cuando volvieron en sí. Es indiscutible que el agresor tuvo una motivación sexual, pero no sádica ya que para él no fue necesario escuchar gritos de dolor o súplicas, vemos acá cómo el modus operandi nos revela que el agresor posee los conocimientos necesarios de farmacología para poder dopar a sus víctimas con la dosis justa, tomarse el tiempo necesario y sin dejar secuelas clínicas neurológicas, salvo las anatómicas que le son necesarias a él. Las tres víctimas no tuvieron acceso carnal, pero para recrear su mundo favorito el agresor necesitaba culminar su obra cumpliendo con la fantasía de ver genitales femeninos sangrado, lo que presumiblemente nos haría pensar que padece hematofilia, al igual que Andreii Romanovich Chikatilo. Se observa del mismo modo que cuenta con la habilidad suficiente para mimetizarse con el medio y premeditar el hecho.
El seducir durante un par de meses a la víctima implica saber lo que ella necesita con empatía utilitaria, pero sobre todo mucha paciencia, revelándonos que no es una persona que pierde el control antes del hecho, posee una apariencia que inspira confianza y un modus operandi con la sofisticación necesaria para conseguir desplazar voluntariamente a su víctima desde el punto de contacto, pasando por una escena intermedia (cafetería), finalizando en la escena primaria, es decir el hotel alojamiento donde ocurrió el hecho. Por la naturaleza sexual de su motivación, no es raro que en este caso el agresor se lleve un trofeo que le recuerde ese momento, como por ejemplo fotografías o una pertenencia de la víctima, por supuesto esto último sin fines de lucro, si no más bien como un acto de enganche netamente psicológico. Su período de enfriamiento (cool off period), dada su avidez –tres víctimas en muy pocos meses–, entre otras opciones, podría deberse a una sustitución parafílica. Diferente es el caso de aquellos delincuentes que sólo buscan una pseudointimidad con la víctima, tratándola como sujeto, vale decir que se disculpan, no la insultan, sino que tienen la fantasía de que la víctima se enamorará de ellos cuando los conozcan “íntimamente”, esto se deriva de su motivación principal, que en este caso es la de reforzar su autoconfianza. Otros agresores poseen distorsiones cognitivas, vale decir que mientras más la víctima diga “no”, él comprende que es “sí”, muchos de ellos padecen trastornos graves de la personalidad, no siempre relacionados con la psicopatía.
A veces se refleja que la víctima es elegida por oportunidad, pero cumpliendo con un criterio simbólico que sólo tiene sentido para el agresor y el perfilador. Este es el típico caso donde el agresor se lleva, a modo de souvenir, un objeto de su víctima, por supuesto no con fines de lucro, sino más bien para rememorar el encuentro “romántico” que tuvo con ella. Puede incluso intentar justificarse o disculparse con posteriores intentos de comunicación con ella o dar su verdadero nombre o apodo sin proteger su identidad, incluso contarle datos de su vida. No es extraño que unos días después merodee el lugar del hecho, conmemorándolo. La conducta de estos agresores suele estar estimulada por pornografía con escenas pseudorrománticas, padeciendo voyeurismo, es por ello que al intentar implicarse en un rol activo no cuentan con la potencia necesaria para una erección o eyaculación porque su parafilia, en ocasiones, se lo imposibilita. La agresión sexual por venganza se refleja mayormente cuando el ataque es súbito y no planeado, el lenguaje es hostil y degradante hasta por demás, la fuerza física es brutal y el ataque es más bien de corta duración, a diferencia de la motivación sádica, que pretende alargar la modalidad de goce en este tipo de delito. La víctima, si es desconocida, recibe un trato verbal sumamente violento y sucio porque, en realidad, está dirigido hacia otra persona a quien el delincuente no puede atacar, pero su necesidad psicológica le impele descargar y desplazar hacia la víctima. Estos delincuentes, al igual que los de motivación sádica, suelen poseer un alto coeficiente de alienación y su prognosis no es favorable, vale decir que no será un único ataque luego de su período de enfriamiento emocional. Veamos el caso de un delincuente que entra a robar durante la noche a un negocio cerrado, allí encuentra a una de las empleadas y la accede carnalmente; su motivación principal ha sido el lucro, el robo, pero la violación en este caso puntual es de oportunidad y no un fin en sí mismo, aunque la víctima experimentó el ultraje y todas las consecuencias psicológicas que esto trae. Los agresores sexuales que actúan en grupo buscan la aserción de poder y la unión entre ellos; generalmente, el líder indica a la víctima, pero suele ocurrir que un miembro del grupo experimente empatía hacia la víctima y en algunos casos es quien confiesa el hecho.
Es una característica de la masa que sus miembros manifiesten un acrecentamiento del afecto y una inhibición del pensamiento, el grupo se retroalimenta y llegan a cometer actos osados con alto nivel de crueldad; probablemente, separados sean menos ofensivos. n *Diplomada en Criminología, Criminalística y DD.HH. Instituto Universitario de la PFA. Especializada en Técnica de Perfilación Criminal para la Investigación y Gestión de Agresores en Serie, Universidad Católica de Valencia.
Extraído de su blog Mens Rea. Actus Reus. @quinonesurquiza. (Fuente www.perfil.com). El periodismo profesional es costoso y por eso debemos defender nuestra propiedad intelectual. Robar nuestro contenido es un delito, para compartir nuestras notas por favor utilizar los botones de "share" o directamente comparta la URL. Por cualquier duda por favor escribir a Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Fuente: https://www.perfil.com/noticias/elobservador/huellas-psicologicas-y-motivaciones-del-delincuente-sexual.phtml